¿Cómo entrar en la presencia de Dios?

Hebreos 4:16 NTV
“Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.”

ALGO EN QUE PENSAR

A través de la oración podemos derramar nuestro corazón en Su presencia, podemos ofrendar nuestras vidas en el altar, presentándonos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Cuando experimentamos la presencia de Dios, Su amor y bondad nos inundan, y es como si estuviéramos recibiendo un bálsamo refrescante que llena todo nuestro ser.
Cuando estamos delante del trono de la gracia de Dios, sentimos que Él toma nuestras debilidades, las convierte en fortalezas y desaparece la angustia, la ansiedad y todo aquello que nos oprimía, y a cambio nos da la plena confianza de que somos más que vencedores

DESARROLLO

1. POR MEDIO DE LA CRUZ

¡Qué gran privilegio el poder tener acceso directo a la presencia de Dios! Es importante entender que lo único que nos puede separar de la plenitud de Su presencia y que pone barreras entre Dios y el hombre es el pecado y la naturaleza pecaminosa, pero todo esto fue resuelto y conquistado por Jesús en la Cruz.

El mismo Dios condenó el pecado en la carne de Su propio hijo Jesucristo, haciendo que se convirtiera en una ofrenda perfecta. En el cuerpo de Jesús se acabó con el pecado una vez y para siempre, desatando libertad de toda atadura y culpabilidad. Por medio de la Cruz recibes ese intercambio divino: toda tu naturaleza pasada y llena de maldad queda clavada en ese madero (que está en un presente continuo para tu vida), y a la vez, recibes una naturaleza completamente transformada por el poder de Dios.

2. CONFIANZA EN LA SANGRE DE JESÚS

Hebreos 10:19
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo”.

La Sangre de Jesús es el arma más poderosa que podamos tener como hijos de Dios. Desde el momento en que la primera pareja, Adán y Eva, permitieron ceder a la tentación y a la desobediencia, el enemigo se encargó de dominar y esclavizar al ser humano a una vida de pecado y maldición. Es por esa razón que el mismo Dios, estableció un plan de redención para la humanidad, y solamente podía ser por medio de Su Hijo Jesucristo. Para que Dios pudiera rescatarnos solamente había una manera: por medio del derramamiento de sangre. Pero no cualquier sangre, sino la de alguien que nunca se hubiera contaminado con pecado: la Sangre de Jesús.

Debemos recordar que solo por medio de esta sangre preciosa tenemos libertad para entrar en la presencia de Dios, porque cuando la confesamos y aplicamos esta sangre preciosa sobre nuestra vida, ningún espíritu opresor o destructor puede tocarnos, porque inmediatamente viene una protección sobre nuestra vida y lo que representamos. Así que antes de comenzar tu tiempo de oración, inicia declarando lo que la Sangre de Jesús hace por ti: te redime, perdona todos tus pecados, te justifica y te santifica. De esta manera entrarás ante el trono de la gracia confiadamente y sin argumentos en tu contra.

3. NEGARSE A SÍ MISMO

El camino por el cual Jesús anduvo, es el mismo que nosotros debemos recorrer: es un camino de negarse a uno mismo, de obediencia, sacrificio y muerte.

1 Pedro 2:21
“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”.

¿Qué significa negarse a sí mismo? Esto no se refiere simplemente a dejar de comer cierta clase de alimentos, o dejar de hacer ciertas actividades. El Señor hablaba de decirle “no” al ego, es decir, negarse al “yo quiero”, “yo siento”, y “yo pienso”. Lo que nosotros pensamos es irrelevante frente a los planes de Dios. Negarnos a nosotros mismos es someter a Dios nuestra voluntad que muchas veces pueden llegar a ser indomable y tiende a sobreponerse por encima de Su voluntad perfecta.

Jesús es el más grande ejemplo de negarse a sí mismo. Al estar en el jardín del Getsemaní, después de ser traicionado por uno de sus discípulos, sabía que se avecinaba el momento más difícil: su entrega y su muerte. Estando en esa agonía, oraba intensamente diciendo: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Jesús nos enseñó a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo.

Para entrar en la oración es necesario dejar nuestro “yo” a un lado y determinar que nuestro tiempo de comunión y de intimidad con Dios se basará no en nosotros, sino en quién es Él, Su bondad y Su misericordia.

Start typing and press Enter to search